Enclavada en plena naturaleza virgen, la antigua ciudad mercado de Bonne y su capilla, cargada de historia, son el primer paso en el camino hacia los paisajes salvajes y secretos de los Voirons. Menos accidentado y más boscoso que su vecino el Salève, el macizo de los Voirons es como una cresta verde donde la flora y la fauna campan a sus anchas. Puede tener la suerte de cruzarse con un sapo, discreto habitante de la zona, o divisar las huellas de un sigiloso lince. Aquí, raras orquídeas como el sabot de Vénus o el soberbio œillet añaden un toque de poesía al paisaje.
En la cima de los montes Voirons, entre el espumoso Léman y el imponente macizo del Mont-Blanc, se alza el monasterio de Notre-Dame de la Gloire-Dieu. Fundado en 1967, este santuario mariano invita a meditar en un silencio propicio a la oración. Las monjas practican aquí sus oficios tradicionales, en particular la fabricación de gres, una artesanía realizada con gran esmero y sencillez.
Mientras sigue subiendo hacia la Signal des Voirons, su mirada se pierde en un panorama impresionante: a un lado, el Léman y el Jura, al otro, la majestuosa silueta del Mont-Blanc y las cumbres de los Alpes. Un auténtico balcón colgante.
Y en esta cresta, entre la tierra y el cielo, se alza la capilla gótica de Notre-Dame des Voirons, un remanso de paz y contemplación, donde el tiempo parece detenerse. Aquí, la mirada se ensancha, la mente se eleva, y uno se deja conquistar por la belleza sencilla y grandiosa de las montañas.